martes, 24 de febrero de 2015
Hacer la cama desde un punto de vista socioemocional
Es más que una tarea doméstica. Acomodar u ordenar el mueble más importante de la casa dice mucho de nosotros y, si existen, de las personas con las que lo compartimos.
Ya durmamos solos, con nuestra pareja o con una manada de zarigüeyas, ese hecho condiciona nuestra vida (sobre todo si nuestra pareja o las zarigüeyas roncan o murmullan en sueños).
Siguiendo los pasos de una forma convencional de hacer la cama desde cero en esta parte del mundo, el primero sería quitar las sábanas para lavarlas, quemarlas o lo peor que puede hacerse: airearlas.
Un apunte quisquilloso de higiene: por favor, lavadlas o quemadlas pero no las aireéis.
El siguiente paso es airear el colchón y/o darle la vuelta. En realidad, este acto es más útil como limpieza propia espiritual que para la cama. Es una cama, no tiene pecados que expiar. Seguramente nosotros tampoco pero, ay, qué fresquita creemos que queda así.
Transcurrido el tiempo de aireamiento (se puede hacer coincidir el de nuestro colchón con el de nuestras miserias siempre y cuando sea en la compañía adecuada), se procede al hecho central de hacer la cama que es hacer la cama en sí.
Extendemos la sábana bajera sobre el colchón. Tratamos de orientar las esquinas de la tela para hacerlas encajar con las esquinas del mismo.
Tengo que confesar mi poca pericia en esta tarea cuando la sábana se ajusta demasiado y estirar descontroladamente no suele ser la solución. He aquí un indicio de poca paciencia.
Si se hace la cama con otra persona, atención, prueba de amor: quien encaja la última esquina por ti, la más complicada de encajar, seguramente tampoco tendrá ningún problema en lanzarse desde la torre más alta del castillo para luchar contra el dragón y rescatarte.
Llegamos a otro punto interesante: la sábana propiamente dicha. Retrocedo un momento al paso anterior para remarcar que el clasismo también existe en el mundo de la ropa del hogar: las pobres bajeras, con su despectivo pero adecuado nombre, muchas veces no se denominan ni sábanas.
Eso es un lujo reservado para la casta de las sábanas.
De hecho, tienen ese rasgo tan aristocrático de aparentar, ofrecer una superficie al público más estética visualmente que el propio interior.
No importa si dormimos con una manada de zarigüeyas. La mayoría de nuestras madres, en una especie de conspiración secreta, nos han enseñado que la cama se hace con el interior de la sábana boca arriba para que, cuando hagamos el embozo (maravillosa palabra), se vea más bonito.
Eso es. Probablemente, nos arroparemos con la parte de la sábana más resbaladiza, áspera e inadecuada pero todo ese esfuerzo habrá valido la pena porque se verá más bonito. Eso es lo más importante.
No nos detengamos demasiado en la colocación de las fundas de la/s almohada/s. Sólo querría destacar que de la ayuda mutua en este trabajo se deduce el éxito de la relación con la otra persona, os una lo que os una. Si no existe discusión y se realiza con armonía, felicidades a ambos.
Llega la guinda final: la colcha. Si es estampada y nos detenemos en la orientación de ese estampado en su correcta colocación, denotará un perfeccionismo sano o tiquismiquismo según diferentes opiniones.
Pero lo más importante de todo, no sólo de hacer la cama, sino de todo en general, es lo que se refiere a la funda y al relleno del nórdico
Es una verdad universal que aquella persona encargada en su casa de cambiarle la funda al relleno del nórdico, ardua gesta se mire como se mire, es sobre quien pesa la responsabilidad de los que viven en su hogar: la verdadera cabeza de familia.
Quien le pone la funda limpia al relleno del nórdico es quien salvará a los suyos de una invasión zombi o alienígena. Y seguro que sobrevivirá, más allá del tiempo y del espacio.
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